
Para comprender el comportamiento violento de una persona se deben considerar aspectos relacionados a la biología humana.
El cerebro está conformado por cuatro lóbulos, entre ellos, el lóbulo frontal. Este tiene, entre sus principales funciones, regular las emociones y, además, controlar la conducta.
Asimismo, existen sustancias químicas llamadas neurotransmisores y que son producidas por el cerebro, cumpliendo el papel de mensajeros, es decir, envían señales de una neurona a otra. Uno de esos neurotransmisores es la serotonina. Sustancia que se encarga también de modular la conducta social y las funciones fisiológicas como el apetito y la temperatura corporal.
Las alteraciones en la función del lóbulo frontal pueden producirse por lesiones o golpes que favorecen la aparición de comportamientos impulsivos y se pierde el control de la conducta. La persona puede manifestar un comportamiento violento hacia sí misma, hacia otras personas u objetos de su entorno, sin estar consciente del daño que provoca.
Cuanto mayor es la alteración del lóbulo frontal, mayor es la probabilidad de que existan alteraciones en otras áreas cerebrales, aumentando el riesgo de que una persona cometa actos violentos y se incremente su hostilidad y su agresividad.
Por otra parte, personas con conductas agresivas impulsivas pueden tener niveles bajos de serotonina en el cerebro, lo cual produce comportamientos de riesgo, explosiones de ira, pérdida del autocontrol y deterioro de las habilidades sociales necesarias para formular soluciones no agresivas al conflicto.